martes, octubre 8

El capítulo más extra de «Madrileños por el mundo» visitó el Kabul de entreguerras. Y no prometo mucho | Televisión

Estamos viviendo décadas convulsas en este siglo XXI. Estos años bélicos quedaron puestos en entredicho el 30 de agosto de 2021, cuando Estados Unidos retiró con ansiedad a sus últimos soldados de Afganistán, hasta el punto de convertirse en una masa de gente desesperada que intentaba atacar la catástrofe de los aviones. Eso fue humillante para el líder supremo del mundo libre. No lo hizo durante tres años, pero pasó por tantas cosas en el medio que hizo mucho.

es muy sorprendente verlo Madrileños para el mundo, en Telemadrid, con un capítulo grabado en Kabul. Ah, claro, es del 2012 y lo contesta como muchos otros después del episodio de streno de cada sábado por la noche. Esto se inspira en la tónica del programa de veteranos entre los emigrantes triunfantes que nos enseñan sus aventuras y pasan por tiendas caras y cafés sofisticados. Todo lo contrario, un descenso al infierno de Kabul de entreguerras, una década después del desembarco de los Aliads y una década antes de la fuga del poder de los talibanes. Las fuerzas occidentales han abandonado a los islamistas en el poder, intentando construir un Estado y pretendiendo controlar el país cuando en realidad ellos solos controlan una parte del centro de Kabul, una zona fortificada rodeada de gente en la que no se fían, de la que se presume hostil.

Los primeros madrileños visitados por el periodista, Beatriz Veglia, Soy un azafato y una azafata, reclutados por aerolíneas locales, que te cuentan con el chico de si sabían bien dónde se metían. Están relacionados con las fuerzas internacionales: un soldado, un diplomático y una policía nacional. El espectador de hoy ve este reportaje sabiendo que los entrevistados se enterarán tarde o temprano. Ahora no te preguntes qué hay más, si la familia o los perros y el jamón; pronto van a volar algún día a Madrid: se supone que lo tendrán. Las conversaciones tratan sobre la supervivencia en un entorno inhóspito, la paranoia de derrotarlo todo. Dos delincuentes acecan a la pregunta: el secuestro y el atentado.

El diplomático y el soldado son libres de explicar que los casos nunca salen de sus recintos bien vigilados, la embajada y el cuartel, respectivamente. Salen a la calle por obligación, en el vehículo blindado y con casacas antibalas. En el caso del soldado, no deje caer el arma en sus manos mientras protege las ventanillas de su vehículo. El de la embajada muestra sus instalaciones: un patio con canasta, un futbolín, una cinta de gimnasio para caminar sin pisar la calle. “Somos monjes. A esto lo podemos llamar mapa de Kabul”, afirma. En 2015, esta sede diplomática sufrió un sangriento atentado con el asesinato de militares españoles, cinco afganos y cuatro atacantes.

Una competición de ‘buzkashi’, en la que jugadores montados a caballo intentan colocar el cadáver de un animal decapitado en una puerta, en Qara Shabagh, Afganistán.WAKIL KOHSAR (AFP)

Vemos a los asistentes caminando por mercados polvorientos, pero luego confiesan que conviven con los occidentales en zonas urbanas amuralladas y con guardias de seguridad armados en las calles. El policía es el más intrépido: lleva con el reportero a un ritual religioso en el que los chiquillos piden agredirlo. Visita una celda de mujeres llena de sangre. Y presentan un espectáculo llamado buzkashi, donde personas a caballo juegan con el cadáver de un animal decapitado. Ojo si sabes que ella es la única mujer entre cientos de asistentes. En un centro comercial se probó el burka y desde la cámara vimos el mundo (muy mal) a través de este lienzo. Denles agobio, nadie está para menos. Me pregunto si podría caminar por la calle con burka, pero le digo que los lugareños detectarán una educación en un occidental desfigurado, por sus movimientos, y que los exámenes no le quedarán bien.

Entiende el fiasco de la reconstrucción de Afganistán, que los talibanes no habían sido derrocados, que ese pueblo que sufre volvería a caer bajo el yugo del fanatismo. Nadie dirá que no lo veré venir.

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